jueves, 25 de noviembre de 2010

la Frontera

Salimos del gran bosque, tan bello, tan hermoso, ¿¡qué mortal puede atravesar el magnífico bosque y salir de el por propia voluntad y seguir en su sano juicio!? , pero era nuestra misión el continuar y no parar sino para descansar y hacer más ameno el pesado viaje. Manteniendo el juicio atado con las cadenas de un juramento.
Pero, como si de una línea dibujada en un mapa, el bosque acababa tajante y daba a una inmensa desolación, aun así, la tierra no lloraba, sino que reía de macabro regocijo en el silencio. Pero no todo era desolación, ni nubes negras, aun que se notaba un tenebroso mal tiempo. Pero nada comparado con el Paramo que se extendía hasta donde la vista alcanza con nubes tan negras como el hollín, pero aquello, fuera pro la lejanía, fuera por la magia que lo mantenía alejado, parecía otro mundo, otro lugar muy distinto al nuestro o al que hubiéramos vislumbrado con nuestros ojos mortales. A pesar del desierto grisáceo de la desolación, unas llamativas torres de piedra ennegrecida se alzaban metros y metros sobre el nivel de la tierra, como árboles antaño muertos y hace milenios fosilizados. Sin hojas, sin vida, y al mirarlos uno sentía algo tan similar a las sordas risas de desprecio de las rocas del desierto gris. Para algunos las voces serian inaudibles, no existirían mas allá de los cuentos de videntes y supersticiosos, pero para nosotros sus voces chirriaban y se clavaban como cientos de agujas. Nadie que no estuviera tan loco como aquellos espíritus, como alguien que atravesara el bosque por propia voluntad o hubiera visto a la misma muerte y se pudiera reír en su pálida tez, abría podido estar allí con tranquilidad.
Pero no todo estaba muerto, dejando al margen a los espíritus corrompidos por la locura y el odio. Al norte, muy al norte se encontraban unas montañas sumergidas en un mar de azufre de ningún volcán, ni de fuego que alimentara hoguera alguna. Tan solo un frio mortuorio, un frio que recorría la espalda como lo haría el sollozo de una sombra en la oscuridad de la noche. Nadie que amara la vida como los ancestrales habitantes del bosque podría mirar o ni si quiera pensar u oír el rumor de lo que allí existe y siempre permanece.
Rodeando aquellas montañas, estaba lo que no era vida ni era muerte, un lugar ausento de ambas cosas. Una podrida esponja negra y verdosa que se alimenta de ellas, un pantano, repleto de bestias y criaturas cuya nombre se perdió en el tiempo y arboles hambrientos de carne y esencia. Para los habitantes de de las montañas este era el perfecto guardián, un ser que no descansa ni padece, que destruye y absorbe todo lo que en el entra, pero no solo beneficiaba con esto a si mismo, sino que dentro de la ciudadela de los habitantes, mas allá del pantano, ellos mismos se nutrían de las fuerzas de la vida y la muerte para mantenerse más y más en el mundo de los mortales. Este pantano, es en sí mismo un ser pensante, al que ni los burlescos espíritus se atreven siquiera a acercarse.
Que mejores guardianes para el Páramo que aquellos que no viven en él pero que sienten y padecen su presencia desde antes incluso de su propia existencia. Este mal no los consume y su “bondad” se mantiene pero no os dejéis engañar por este suceso, pues anquen ellos pueden actuar por lo que creen que es bueno esto no asegura que sea ni remotamente parecido a el concepto que tenemos los siervos de la diosa madre de tales actos.
El Páramo, un lugar que no tiene mucho que envidiar del mismo infierno, tan solo que allí no solo hay que cuidarse de los sufridos espíritus, sino que son los mortales los mismos demonios que hacen sufrir y sufren, pero al llegar la noche, que poco se diferencia del día, los espíritus gritan y lloran sus penas y temores, que aun tras la muerte vagan sin descanso por las llanuras bosques y montañas. Todo esto es lo que esta tras el muro sin muro, pero hay algo más, algo de lo que uno nunca se puede olvidar pues llega a formar tan parte de sí mismo como su piel. Tras la Frontera existe un mal que siempre acecha, y que vigila a todo ser viviente. Un mal que no duerme y siempre ansia. Un mal que devora la voluntad y la pureza que alguna vez tuvo aquel que allí naciere o demasiado permaneciere. No existe más allá de la Frontera otro sentimiento que no alegue a la destrucción de uno mismo o el sufrimiento del ajeno. Odio, lujuria, destrucción y muerte rodean siempre y constante a todo aquel que tenga la desgracia de pasar allí aunque sean solo segundos de su existencia. Más allá, no esperéis encontrar lo que creemos normal de este mundo, no esperéis encontrar si quería parte del mismo mundo. Parecía que aquella frontera separara dos mundos distintos, influenciados por la corrupción. Tal vez el mal de nuestro mundo era solo aquel del que ni los mismos dioses son capaces de protegernos.
No os salvareis ninguno que un pie ponga, pues muchos han caído a manos del mal que allí habita. Pues…poco a poco…ese mal os consumirá y os transportara en cuerpo y alma a ese mundo. Pero hay aun límites que mantienen su dominio sobre vosotros. Dicen los guardines de la Frontera que tras traspasar las montañas que en los límites se divisan altas y negras sobre un fondo igual, brillando con un fantasmal plateado, entonces seréis suyos.

2 comentarios:

  1. Incredible :3 Me encanta, sobretodo el principio... siento no poder hacer una mejor crítica x3
    Veo unas cuantas faltas de ortografía que me hacen pensar que 1)no te lo has leído dos veces 2)soy demasiado perfeccionista y te tengo envidia...

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  2. si puede que me tengas enviadia...y si se que hay muchas erratas...en algun lado las tenia corregidas pero me dio pereza buscar XD algun dia

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