miércoles, 1 de mayo de 2013

Magos de sangre y palabras


Nada hay más peligroso que un mago de sangre y palabras. Un misterio oscuro los rodea, una aura de malvada oculta tras una siniestra cara. Sus túnicas negras y su cara manchada de rojo...
-¿Qué haces?- apartó la mano raudo el joven guerrero, advertido por cientos de años de superstición hacia los hombres crueles de la cara manchada de sangre.
-¡Nada! Vedrane. Creí que tambaleabas e intenté ayudarte- dijo con calma, una calma espantosa y horrible. El guerrero no dijo nada pero procuraba mantener una distancia.
-Te preocupa algo, puedo notarlo.- una escalofrío le recorrió la espalda.- Puedo notar, que, Vheli no te hace el caso que te gustaría, ¿verdad? Yo tal vez pueda ayudarte- la sensatez comenzaba a nublarse hasta volverse humo negro. El frio y el calor luchaban en su interior por nominarlo, y los intranquilos sudores le cubrían la cabeza. En su mente no podía si no ver a Vheli yacer consigo bajo la estatua del Yer Vothar. Antes de darse cuenta, estaba tumbado junto a ella, pero un olor muy familiar le cubría. Cuando se miró las manos estaban manchadas de rojo, y Vheli estaba muerta a su lado. Sangraba por tantos sitios que era imposible saber cual la había dado muerte. A su alrededor no había nadie, mas que los cuervos negros del lugar. Que esperaban él se fuera para acabar con su presa. Todo le dolía, todo era un mal sueño. Entonces, una mano comenzó a subir desde su brazo derecho. Acariciando su piel sucia de sangre. La mano se sentía pero era incapaz de ver nada mas que los surcos que dejaba a su paso. Temió por si mismo y se levantó de un salto. Pero la mano seguía, ahora agarraba su pecho, como una araña de piedra fría que buscaba su corazón. Pero no cesó. Comenzó a correr, intentando quitarse con sus manos nerviosas aquella sensación de ahogo. Aquel tacto monstruoso y fantasmal. Pero nada pudo hacer pues pronto llegó a su cuello. Un cuello que notaba aun los besos de la muerta Vheli en él. La mano comenzó a apretar, y el aire comenzó a faltar. Dio igual su grito ahogado, dio igual su terror en los ojos, o la fuerza que había tenido en vida. Ahora, junto a su amada moría en agonía. Unos pasos se acercaron a tan macabro escenario. Los pasos de alguien ligero y ladino tocaron los charcos de sangre de la joven. Los cuales volvían, como un rio a su montaña. Algo del todo imposible, pero tan cierto como la muerte y la mañana. 
-Levanta, mi pequeña. Has hecho bien tu trabajo-
Una tos fuerte comenzó a salir de la no tan ilesa joven, que esparcía su cuerpo semidesnudo en la pequeña plaza. 
-Maestro, ayu...ayuda maestro.- gemía con una débil hilo de voz
El mago se acercó, y extendió su mano hacia ella. Las venas de esta crecieron, como si fueran apretadas por mas sangre de la que debían. Y sus heridas sanaron y su color, no excesivo para la gente de esta raza, volvía.
-Deme su amor, maestro.- Decía ella abrazando con miedo el cuerpo del frágil mago.
-¿Amor? Que necios que bestiales sois...-El mago acerco sus labios al cuellos de esta y en su mirada el fuego nació, como en la garganta del mismísimo sol. Sus dientes se clavaron en ella, y gimió de dolor y placer. La sangre resbaló de nuevo por su piel, rodeando como un arrollo su pecho mas cercano. Pronto su conocía se extinguió. Y sus ojos devolvían de nuevo vacío a quien los contemplaba. 
-Vamos, hay mucho camino que recorrer- dijo el mago
Mientras salia, sonriendo para si triunfal, mientas la mujer regia de los cuerpos muertas de la aldea algo de dinero. La aldea había caído en una noche, y ahora sus cuerpos serian un regalo para los hambrientos cuervos.