domingo, 30 de octubre de 2011

Génesis

Antes del tiempo, Dravoz Guidreid vagaba solo por la nada y el caos, entonces cerro los ojos y a su alrededor creció una inmensa oscuridad que cubría todo el firmamento. Pero después abrió los ojos y se hizo la luz. Estas dos fuerzas enfrentadas, una joven y fogosa y la otra vieja y taimada, lucharon durante un tiempo incontable en las líneas de la historia. Y el firmamento se llenó de luces, pero el color de la noche aún se veía por doquier.
Así, comenzó una guerra eterna, lucharon por la hegemonía del universo. Dravoz creo esta vez a dos dioses, pero estos no se odiarían, si no que estarían bien separados. Una fue la tierra y el otro el cielo. Así nacieron los 4 primeros dioses. Hijos directos de Dravoz Guidreiz. Les dio nombre que fue recogido eones después por aquellos que ya no moran sobre la creación. Angelira, la luz del día; Direkag, la oscuridad de la noche; Eäven el cielo infinito; y Eälanda, la gran tierra.
Eäven fue coronado señor del nuevo mundo que se estaba creando. Aunque Dravoz era el Gran padre de todo. Pues era siempre rey y reino. Regaló Angelira una gran corona de luz y calor al nuevo rey. Direkag, envidioso del regalo de esta, le dio a Eäven la Luna, un gran palacio de sombras, para que observara sus dominios desde la noche. Angelira, viendo que Eäven podía estar confundido hizo grillar la Luna y esta relució en la noche del dios Sombra. Esto enfureció mucho a Direkag el cual lleno el reino de la luz con sus sombras y cuando más fuerte fuera esta, más poderosas sus hijas. Observándola desde donde no podían destruirlas.
Viendo desde su reino en los cielos Eäven a Eälanda, cayó presa de una inmensa belleza, pero esta se mantenía inalcanzable. Así que lanzó rayos y truenos para hacerse oír pero nada hicieron, pues la tierra estaba sorda a su potente voz. Así que Eäven lloró mucho y durante mucho tiempo, Eälanda se cubrió por profundos mares y lagos. Así se regocijó y amó a Eäven pues comprendía ahora sus mensajes, en forma de lluvia y nubes en el cielo. Nació así una hija de dos, Celya. Abrazó a lo largo del mundo Celya a su Madre, en la que había creído hasta ser grande y poderosa. Aceptándola entonces Dravoz en el panteón.
Eäven, vio desde los cielos el amor que se profesaban madre e hija, y viendo a Celya tan hermosa como era, decidió regalarle también aun hija y utilizó de nuevo la Chispa de la Vida para con un rayo crear vida en Celya. Allí entonces creció un gran poder que con el tiempo, que creció, creció con toda la vida que se le había entregado, pues aun vibraba en ella la Chispa de la Vida. Naltza fue su nombre. Creció formando grandes estructuras verdes, y grandes criaturas que poblaron el mundo entero. Habitaba ella en todos y cada uno de ellos. Aunque su forma fue entonces tan grande que Dravoz, admirando la gloria de Naltza, le concedió también un trono en su panteón. Así, al igual que el resto de dioses que vivían en su reino, ella vivía en el de todos. Así de día como de noche, así en el mar como después en la tierra.
Pero Naltza no podía visitar a su padre. Pues solo entonces Celya, aquella que por su amor subía a los cielos a decorar con nubes el reino de los cielos le veía. Abandonaba con tristeza y lágrimas a su padre de nuevo. Quiso Eäven que todo cambiara, que pudieran los hijos de Naltza vivir en su gobierno, que vieran el mundo como él lo veía, que pudieran viajar las nubes. Resopló sobre el mundo y este fue viento, tan voluble que tan pronto era fuerte y agresivo como delicada y gentil. Velha tenía pues el poder de cambiar el mundo. Movió incluso a la gran Lusimea, la serpiente guardiana del orden cósmico de Dravoz.
La historia de Lusimea se sitúa en los límites del orden. Cuando los naulgrim, los seres del caos vieron el universo de Dravoz y lo quisieron para sí. Pero Dravoz invocó a Lusimea y esta, rodeado en universo lo protegió de los naulgrim. Pero, había uno especialmente astuto y maquiavélico que quería dominar el universo de Dravoz y trazó un plan para llegar a él. Con la ayuda de otros naulgrim que le siguieron la engañó y consiguió pasar, pero ninguno de los demás naulgrim consiguió evadir el mordisco de la gran serpiente, pues Nahul les había traicionado. Pero hubo otra naulgrim que se escondió en el interior de Nahul y pasó inadvertida incluso a este hasta que llegara su hora.
Cuando Dravoz se percató de que Nahul estaba en su mundo. Le hizo formar parte de él. Pues así, su destrucción le arrastraría. Pero esto no paró a Nahul, ya que él deseaba dominar el mundo. Causando muchas penurias, ya que estas eran sus hijas más queridas. Cuando Naltza estaba más grande y hermosa, Nahul la miró con envidia. Pues él deseaba ese poder que solo ella tenía. Así que corrompió a los árboles, las plantas, los animales y estos se volvieron violentos y salvajes. Pero esto no impidió que Naltza siguiera creciendo. Pues no había maldad en sus corazones, ya que el poder de Nahul era insuficiente. Quiso desde entonces destruirla.
Convenció a Direkag para que le ayudara y distrajo a Eäven para que la luz y el calor del sol no alumbra a la vida, y así un frio intenso y una oscura noche cubrió el mundo. Mientras lo distraía robó la Chispa de la Vida y arrancó de Direkag el frio mortal y así cobró vida propia. Esta vida deseaba el calor de todas las cosas y todo lo que tocaba se consumía en el frio de su ser. Así el mundo se congeló. Pero pronto, Eäven fue consciente del engaño y del robo. Y volvió a dar al mundo luz y calor. Así la Noche de Direkag llego a su fin, y Vossë se retiró al norte, donde había construido un gran palacio de hielo, y era aún poderoso en esos lindes. Fue por todo esto, nombra dios a ojos de Dravoz.
Eäven castigó por esto a Nahul y fue encerrado en el interior de Eälanda, pues se había ofrecido para albergar al mal del mundo. Allí, uso de nuevo el poder de la chispa vital que aún le quedaba y unió ira, rencor, y hambre para crear un poderoso espíritu del calor que lo liberaría. Así que el espíritu Diefret comenzó a devorar y fundir el centro de Eälanda, creando un mar de magma. Siguió ascendiendo, por el deseo de alcanzar el cielo que Nahul le había prometido para sí. Cuando salió con explosiones, los hijos de Naltza huyeron. Y en el interior de los mares se formaron grandes islas por la roca fundida que acompañaba a Diefret. Angelira lanzó su luz para destruirlo, pero la devoró y brillo con fulgor propio. Direkag lanzo sombras pero este se alimentó de ellas y comenzó a producir humo negro y venenoso. Despues Velha intentó frenarlo, pero solo habitó sus llamas. Devoró así el mundo entero, donde tubo muchos y muy poderosos hijos que como el estaban hechos de hambre, odio y fuego. Pero daba igual cuando creciera y cuanto se alimentara, pues ni su hambre estaba saciada ni su ambición por el cielo cesaba. Naltza y sus hijos se refugiaron en los mares y océanos de su madre, pues solo ella no temía a Diefret y sus hijos, los cuales temían la furia de sus olas. Y allí donde Diefret derrotaba a Celya, su humo en vez de negro y terrible se tornaba blanco y purificado. Temía también mucho Vossë el poder de Diefret y sus hijos, pues estos le procuraban gran terror y odio, y nada podían hacer él y los suyos por combatirlos. Pero una vez que la comida se acabó, se refugiaron todos en lo profundo de Eälanda, allí donde Diefret había colocado su corazón, un fuego eterno. Allí se ocultaron los más grandes y poderosos, pero muchos se quedaron al borde, esperando la oportunidad para volver a dominar el mundo y conquistar el reino de los cielos. Diefret fue coronado como dios, pues grande era su poder aun ahora.
Pero hubo otra cosa que se creó en el interior de Eälanda, pues la conquista del submundo por parte de Diefret había transformado su interior, en el cual crecían ahora rocas de colores y brillantes como estrellas. Y un espíritu, grande como era Naltza surgió de la nada. Era Rigmador, aquel que deseaba sobre todas las cosas tallar sus y fundir sus metales. Para crear bellas obras, pues Diefret le había dejado inacabado. Uso el poder de su padre para crear un gran horno que iba desde el centro del mundo hasta sus dominios del submundo. Fue nombrado también dios por Dravoz, que se maravilló con las bellezas de su reino y de su arte.
Fue este el nacimiento de los dioses que gobiernan el mundo que hoy pisamos, aunque muchos otros fueron después, y muchas canciones se cantaron y cantan en nuestros días sobre lo que les ocurrió a estos y sus vástagos en el mundo.